Cuando la tecnología dejó de ser útil, y consiguió hacernos sus esclavos

Recuerdo cuando en la escuela nos hablaban del proceso que se seguía para la compra de un ordenador en una empresa. En alguna sección alguien sugería que se debía automatizar algún proceso, y que necesitarían algún ordenador. El gerente aceptaba, imaginando que necesitaban un ordenador bastante potente. El departamento de informática, encargado de elegir el equipo, entendían que necesitaban un ordenador de la gama más alta. El encargado de compras pedía un pedazo de ordenador diseñado para usarse como gran servidor. El comercial que le atendía le convencía para que comprara el último modelo de super-ordenador. Durante todos los pasos del proceso, el ordenador iba ganando en tamaño, prestaciones, consumo, precio… Al final aparecía la imagen de lo que realmente necesitaban en la empresa: una calculadora de bolsillo.

La informática está muy bien. Nos puede facilitar mucho muchas cosas. Otras veces, sin embargo, hace más difícil lo fácil.

Cuando tenemos que trabajar con una agenda de miles de personas, agrupadas por sectores, con varios números de teléfono cada una, y varias direcciones, con números de clientes y códigos asociados, nos puede ser de gran utilidad el uso de una base de datos informatizada.

Cuando tenemos que trabajar con una agenda con los nombres, números de teléfono, direcciones, e incluso fechas de cumpleaños, de una veintena o treintena de familiares y amistades cercanas, entonces la mejor herramienta puede ser un lápiz y una pequeña libreta.

Hay un límite, más bien un punto de inflexión, en que la tecnología pasa de ser útil a ser una carga. Tener que disponer de un ordenador, por ejemplo, para guardar una veintena de teléfonos, supondría un gasto económico en la compra, mantenimiento, y consumo del equipo. Supondría un gasto de tiempo en encendidos y apagados, en cargas de baterías en caso de ser portátil, en instalaciones, mantenimientos y actualizaciones. Supondría una ocupación de un espacio muy superior al de una pequeña hoja de papel. En definitiva, sería una solución menos óptima en casi todos los aspectos. Es posible que el ordenador pudiera empezar a ser mejor solución que la anotación a mano en agendas de más de quinientas personas (por decir un número).

El día que Albert Einstein temía ha llegado

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Hay también un punto de inflexión en que la tecnología pasa de ayudarnos a ser capaces de hacer más cosas, a tenernos sujetos hasta el punto de impedirnos hacer las cosas más básicas.

Cuando nos sentamos frente al ordenador, dispuestos a realizar una serie de trabajos urgentes, es muy habitual que comencemos nuestro trabajo haciendo, no lo que queremos, sino lo que nos dice el ordenador que tenemos que hacer, como leer el correo electrónico. Tenemos cosas mucho más urgentes que hacer, pero tenemos 100 mensajes en la bandeja de entrada y, si no los leemos pronto, no tardarán mucho en convertirse en 200.

Hoy en día, el problema del correo electrónico se ha quedado pequeño. Cuando hablamos de ordenadores, mucha gente se imaginará el típico ordenador de sobremesa, o incluso un ordenador portátil. En realidad, tabletas o teléfonos móviles, no dejan de ser ordenadores con algunas prestaciones añadidas. Tanto con los equipos más grandes, como con los más pequeños que hoy en día tanta gente llevan siempre encima, la mayor parte de la gente se ve absorbida por el constante, incesante y machacón flujo de mensajes a través de SMSs, twitter, whatsapp, etc.

La tecnología nos mantiene ocupados en hacer cosas que en realidad no estamos decidiendo. No tenemos el control sobre nuestras vidas. Ahora voy a pasear al parque, pero de repente llega un mensaje que “tengo” que responder, luego otro, y otro… Es posible que llegue al parque, incluso que ande por el parque, sin llegar a ver siquiera si llueve o hace sol. Mi tiempo para meditar a desaparecido. La reflexión, la observación del mundo que me rodea,… mi teléfono “inteligente” (al menos lo es más que yo) no me deja tiempo para pensar y actuar libremente (sino, igual me desharía de él).

También la tecnología nos mantiene desentrenados, en las labores que nos hace automáticamente, y nos vuelve un poco más idiotas, como bien decía Einstein. Nuestros cerebros se limitan a aprender a manejar las máquinas. Las máquinas se diseñan para poder ser manejadas por idiotas, pero además para hacer que esos idiotas (todos nosotros) las manejen de una forma concreta que les haga dependientes de las máquinas.

Aprovecho la ocasión para aconsejar el uso de Software Libre (normalmente no tan diseñado para hacernos dependientes de él), y para pedir que se use con moderación: ¡¡ Es tu responsabilidad !!

 

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