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El infierno del norte

Este domingo, con frío, lluvia incesante, y un barrizal de dimensiones apoteósicas, más de cuatrocientos loc@s nos lanzamos al monte en la perfectamente organizada, carrera del Apuko.

Mientras escribo estas líneas con las piernas de lo más doloridas, tengo que reconocer, que en la primera mitad de carrera disfruté como un enano. Subí los siete primeros kilómetros de durísima ascensión controlando perfectamente mis fuerzas, aún así me mantuve entre los primeros (puesto 20) como si mis 46 años no me pesaran. Después vinieron largas, embarradas, y emocionantes bajadas persiguiendo de cerca al amigo Calleja, que por lo visto está tan loco como yo.

Pero cuando más estaba disfrutando de esta lucha de veteranos, a la altura del kilómetro 15 comencé a sentir calambres cada vez más insistentes en las piernas, las terribles bajadas, la lluvia, el barro y los consiguientes resbalones, habían minado mi musculatura más de lo que imaginaba. A partir de ese momento comenzó el infierno, los calambres desembocaron en un agudo dolor en los psoas ilíacos (en la parte anterior de la cadera), también dolorosas contracturas en los bíceps femorales (parte posterior del muslo), y por si esto fuera poco también amenazaban con subírseme los gemelos.

En tan penoso estado me acercaba a la cima del kilómetro 19, por supuesto los corredores me adelantaban como meteoros, pero como es bien sabido, a perro flaco todo son pulgas, y a mi lamentable estado muscular se sumó un frío cada vez más intenso y una niebla heladora, que a punto estuvieron de dejarme en el sitio. Solo el buen entrenamiento, mi mayúscula cabezonería, y el ánimo de los pocos espectadores (¿Quién iba a ir al monte en esas condiciones?) sumado al que me dio al pasarme algún buen amigo (¡Enhorabuena Gabri, magnífica tu carrera!), me permitieron llegar al comienzo de la bajada ¡Dios mío que bajada, quien pillara un paracaídas!

No se como pero conseguí llevar mi maltrecho cuerpo hasta la línea de meta, patinando, cayéndome, y apartándome cuando oía a l@s corredor@s que se me acercaban como obuses, “¡Gracias!”, me decían al pasar,¡Es que si no me quito de en medio me matáis!, pensaba para mi. Al final la cosa no fue tan desastrosa, terminé el 117 entre los menos de cuatrocientos atletas que consiguieron acabar la carrera, pero lo cierto es que en adelante tendré que replantearme seriamente participar en carreras tan arriesgadas, pues a pesar de su belleza y que a mí me gustan los retos, esta historia podría haber terminado bastante mal, mi edad y frágil musculatura me limitan muy evidentemente cierto tipo de metas. No me importa que me traten de tenaz, pero no me gustaría llegar a ser un cabezón irresponsable.

Termino por lo tanto pidiendo un poquito de prudencia a l@s veteran@s cuando practican cierto tipo de carreras. También aprovecho para felicitar a Martín y los demás organizadores de esta magnífica carrera. Un saludo.

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1 Responses to El infierno del norte

  1. Pingback: Lorenzo

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